En años lluviosos y desde algún lugar elevado se puede ver en estas llanuras de La Moraña y Tierra de Arévalo, decenas de pequeñas partículas plateadas que no son sino lagunas, labajos (así se denomina a las charcas en la comarca). Hubo muchos más pero, desgraciadamente, han sido desecados. Hasta hace bien poco resultaban fundamentales para aquellas poblaciones que se localizaban en sus inmediaciones y que se proveían de agua para sí y para sus animales en estas charcas. Por ello, “labajo”, resulta un topónimo frecuente y da nombre al pueblo que nos ocupa.
Puede llevar al equívoco la partícula “sin” que parece indicar “inexistencia” pero teniendo en cuenta que proviene de “siet”, tal acepción queda descartada (en 1250 la aldea recibía el nombre de “Siet-Lavaios”). Durante la Edad Media la localidad vivió un cierto auge demográfico y económico como evidencia el hecho de que fuera el tercer núcleo en importancia del arcedianato de Arévalo por detrás de Arévalo y Madrigal con unos 630 habitantes en el S.XIII. Madoz describe de la siguiente forma a Sinlabajos en su Diccionario Geográfico de mediados del siglo pasado: “...Situado en una pequeña elevación, le combaten todos los vientos y su clima es frío y desigual en todas sus estaciones, padeciéndose por lo común fiebres intermitentes. Tiene de 80 à 88 casas de mediana construcción, la de ayuntamiento que à la par sirve de cárcel; escuela de primeras letras común a ambos sexos, dotada con 40 fanegas de grano y una iglesia parroquial (S. Pelayo Mártir) con curato de primer ascenso. Al Sur, una ermita (el Smo. Cristo de los Remedios) con culto público à espensas de los fieles; el cementerio está en parage que no ofende a la salud pública. Producción: trigo, cebada, centeno, algarrobas, garbanzos, vino y lagunas legumbres. Cría de caza de liebres y perdices. 90 vecinos, 412 almas”.
A escasa distancia de la iglesia había una atalaya que fue derruída. Se conservó, al menos, hasta el segundo cuarto del S.XX puesto que tenemos la descripción que Gómez-Moreno hizo de ella en 1901: “Torre separada un buen trecho hacia el SO., como algunas otras de pueblos inmediatos, quizá para mejor defenderse en ellas; le queda la parte baja primitiva de cal y canto; el resto se añadió de tapiería, está desmochada, y su escalera arranca a mucha altura del suelo”.
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El grueso de la construcción de la actual iglesia de San Pelayo Mártir se acomete en el S. XVI con remodelaciones ulteriores. Sin embargo, con anterioridad, existió otra basílica románico-mudéjar, de la que tan sólo tenemos constancia por algunos restos en la base de la torre y por las cimentaciones de algunos paramentos.
Exteriormente, la imagen de este templo resulta característica por su cabecera poligonal asegurada por contrafuertes de gran esbeltez, toda ella construida en ladrillo sin decoración alguna. En esta parte del edificio encontramos una ventana de piedra decorada con bolas. El conjunto proporciona un efecto de verticalidad que lo hace diferenciarse de otras parroquias de la comarca.
El campanario, situado en un lateral y orientado hacia el Sur, tiene en su base restos de una estructura anterior. Sobre estos restos se asienta un cuerpo de compuesto por cajas de mampostería alternadas por verdugadas de ladrillo y cuyos vértices han sido reparados con esquinales del mismo material.
La torre está coronada por un cuerpo de campanas que fue añadido con posterioridad y cuenta con un vano por flanco. Los tres cuerpos descritos (restos en la base, alzado y cuerpo de campanas) corresponden con tres momentos constructivos diferentes. El parcheo del segundo de ellos posiblemente se llevó a cabo cuando se añadió el cuerpo de campanas. La base y el segundo de ellos debieron de formar parte de un campanario de fábrica semejante al de la iglesia de Espinosa de los Caballeros.
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